Era sensible y meditaba lo suficiente, y
lo más importante, no intentaba controlarlo todo, tenerlo todo atado y sujeto.
Amaba con el corazón, y nunca dejó que su mente lo sustituyera, sino que la
convirtió en su aliada para poder amar con total libertad.
Se conocía a sí mismo, y tenía un
elevado nivel de consciencia sobre todo lo que le rodeaba. No tenía miedo a los
cambios, y amaba con toda su alma, mente y corazón. Estaba unificado, y
utilizaba todo su ser al servicio de su propia felicidad.
Amaba lo eterno, pero eso nunca le
impidió amar aún sabiendo que ese amor podía ser sólo temporal, que todo
depende siempre de lo real que sea la persona que amas.
Comprendió que la tristeza que le
producía el no amar, sería siempre superior a la que pudiera producir un
fracaso, o un engaño.
Y que morir sin haberse entregado, era
como haber vivido siendo sólo parte de uno mismo, sin llegar a ser parte de
algo más grande: dos fundidos en uno... dos corazones latiendo al compás de un
beso…
SAMUEL G.M.
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